Caer en aguas heladas no es el fin del viaje…
Yuma pasó años acostumbrándose a la palabra renuncia: renunciar a sus deseos, a su manada, a su amor.
Hasta ahora, que ha dejado de ser el cachorro perdido para convertirse en el omega que estaba destinado a ser.
No más renuncia. No más pasos hacia el costado. Le han traicionado y se encuentra en la situación más difícil de su vida en donde pelear es la única opción.
Extra / Prólogo
Becca quiere echarse a dormir, le pesan los párpados y sus piernas están entumidas, ni hablar de la piel de sus rodillas peladas por las horas que lleva a gatas, todo sería más sencillo si pudiera andar a sus anchas en su forma lobo, pero ese es un privilegio del que ella no goza. Maldice para sí misma, pero no detiene la marcha porque tiene la firme convicción de que el rastro de aroma del sendero es el indicado. Está cansada, su cuerpo le pide reposo pero ella no quiere esperar más, no puede.
Este momento marcará la diferencia entre continuar andando sin rumbo por el resto de su vida o por fin encontrar la manada a la que llamar hogar.
Mientras más se interna en el bosque más complicado es ver, una espesa niebla del color de los campos de lavanda ha emborronado la senda y, aunque le frustra perder uno de sus sentidos, le conforta la clara prueba de que está dentro del territorio Moonlight.
Y le cuesta creerlo.
De lobezna esta manada había sido la protagonista de los cuentos de hadas que le contaban al dormir. En la boca de jóvenes y adultos se hablaba de un clan regido por un demonio, que, en pocos años, se había transformado en un nuevo paradigma para las manadas lunares.
Por supuesto, los ancianos decían que era un espejismo, que la aparente paz y libertad que había traído consigo el nuevo mandato del Alfa Quillian Blackwood, era tan frágil como un diente de león al viento.
Muchos acusaban a aquél lobo negro de desperdiciar los talentos naturales de su biología, a sus espaldas lo repudiaban por elegir la convivencia por encima de proteger a su gente usando el poder de ser el último ejemplar de lobo gigante.
Hasta antes de ser desterrada, Becca pensaba igual.
No fue hasta que rasgaron el tatuaje en su espalda y la convirtieron en una paria sin manada, que comprendió la estrecha caja mental en la que la habían aprisionado y abrazó la herida sangrante como señal inequívoca de libertad.
Ojalá esta agradable liberación no se hubiera traducido en vulnerabilidad.
Sumida en sus pensamientos tarda en darse cuenta de que ya no hay camino, está internada en un bosque donde no se divisa nada más allá de su nariz. Las sacerdotisas intentan perderla entre la frondosidad de los árboles, hacerla caer en las aguas de Orü o llevarla directo a las garras de algún restrictor.
Pero Becca ha sobrevivido a muchos intentos de hacerla desaparecer y, niebla sagrada o no, ella va llegar a su destino.
Se transforma en lobo al amparo de la oscuridad en la que se encuentra envuelta: «Si yo no puedo verlos, ellos tampoco deberían» piensa y, con los sentidos aguzados por su cambio, percibe la nitidez del olor a madera quemada.
Aunque extraño, sigue el nuevo aroma que crece con cada paso. Se supone que el clan de luna de los Moonlight debe estar a mitad de un enlace nupcial. Becca esperaba poderse colar con los invitados o usar la distracción para evitar a los restrictores, pero nunca imaginó que al llegar al borde de Orü lo que vería serían las espirales de humo de un fuego que consume a la comuna.
Aunque corre siguiendo el curso del río que la lleva hacia arriba en las montañas, no va tan deprisa como le gustaría. Su mente empieza a decirle cosas horribles: «Sin hogar. Paria. Todo lo bueno, perece», y no quiere escucharse a sí misma, había apostado tanto a este encuentro que pensar que justo al llegar esa manada idílica estaría al bordo del colapso le rompe el alma y las esperanzas.
Nunca se hubiera atrevido a pisar este territorio, siempre creyó que lo mejor era mantenerse al margen de los problemas, hasta que los problemas la alcanzaron y destruyeron su pequeño mundo. Fue ahí que se dio cuenta que no tenía muchas opciones, saber que Quillian volvería a vincularse le regaló un momento de lucidez, de ver la luz en el oscuro túnel.
Y ahora esa ilusión arde en llamas.
Tarda varios minutos en por fin subir lo suficiente para ver el largo puente colgante.
La imagen le produce una fuerte impresión. La majestuosa forma de un lobo negro gigante se impone en aquél corpulento puente que, ante la ferocidad del Alfa, parece endeble. La bestia aúlla herida, se sacude a los cambiantes de jaguar que muerden por todos lados en un intento de frenarlo.
Los relatos eran reales, Quillian Blackwood es un lobo imponente, gigante. Es el epítome de los lobos y… huele a ella o, más bien, ella huele a él.
Su primer impulso es correr hasta donde está, defenderlo, enfrentarse a cualquier amenaza externa como si ya perteneciera a un conjunto llamado “nosotros”, pero la experiencia la dotó de una cualidad inconmensurable: Sensatez.
¿Qué ganaría desafiando a toda una cuadrilla de cambiantes jaguar? Solo terminaría en un lugar peor que los bosques sin manada y eso era decir demasiado considerando que Becca estaba huyendo de esa vida.
Quillian parece querer arrojarse a las aguas, su aullido es tan lastimero y rabioso que Becca se escucha a sí misma, conoce ese dolor.
Un jaguar, en su forma humana, monta por el cuello del lobo y usa algo, Becca no ve qué, pero luego de unos segundos, el cuerpo de Quillian se desploma y vuelve a su forma de humano. Lo han obligado a cambiar y Becca no lo creería de no ser testigo.
Nadie puede forzar los cambios.
O tal vez… la idea le hiela la columna.
Mira en la dirección en la que Quillian extiende su mano, es el río, bravo y estruendoso. Ella no entiende qué pasa, mira mejor con la debida precaución de continuar escondida de los ojos felinos y entonces lo divisa: un chico.
Es llevado por la corriente. Vuelve su vista al Alfa, está inconsciente y lo han atado de las muñecas y uno de los jaguares tira de él como si fuera un perro con correa. La sangre hierve en Becca.
Es un parpadeo para tomar una decisión, no sabe si podría salvar a Blackwood, podría ser un estorbo más que una ayuda. Podría seguirlos y averiguar a dónde lo llevan ¿Y luego qué? ¿A quién pediría ayuda? ¿Qué diría?
Por otro lado, el alfa no dejaba de mirar al chico del río, podría ser solo uno de sus restrictores, pero Becca conoce el sentimiento de aquél aullido y comprende que perder a esa persona, lo matará por dentro.
Corre por el bordo de Orü, la adrenalina reemplaza el dolor, sigue con su vista al muchacho, y de pronto lo reconoce, aquel cabello a dos tonos solo pertenece al único lobo mestizo de la historia. Sabe que Él no la perdonaría jamás si supiera que dejó morir al chico. La corriente es violenta por las recientes lluvias y un lobo normal encontraría imposible cruzar, ella lo hace. Se lanza a las aguas en su forma lobo, nada resistiendo el embiste de la corriente y el golpe de los troncos hasta llegar al omega. Le encaja las fauces en el hombro para no perderlo y vuelve a tierra firme, arrastra a Yuma hasta que ninguno de los dos corre peligro.
El chico vomita naturalmente el agua que ha tragado y parpadea confuso en su dirección, tiene unos preciosos ojos rojos y una belleza extraña pese a lo magullado de su cuerpo. Ella suelta sus feromonas para calmarlo, para decirle que están a salvo y que no va a lastimarlo.
—¿Papá?... no, no eres… —Yuma extiende la mano, ella se acerca y el chico palpa su hocico, parece querer mover la cabeza en negación, pero no puede. Apenas tiene la fuerza para que sus ojos desorbiten con la sorpresa—. ¿Quién eres? Tienes su olor.
Becca vuelve a su forma humana, ayuda a Yuma a enderezarse un poco. No tienen mucho tiempo, no conoce el contexto pero ver a los dos líderes de los Moonlight en esas condiciones, aunque deja muchas preguntas, también crea certezas. Deben esconderse.
—Tú también —sonríe Becca al acercar su nariz a la ropa húmeda, los ojos se le empañan—, tú también tienes el aroma de él.
—¿De quién?
Becca se muerde el labio inferior, el recuerdo amargo le oprime el pecho.
—De mi destinado.
Yuma aspira con un sonido estrangulado y Becca, que ya no cree en la protección de Mabel ni de Lucine, se encuentra rezando porque ese chico, el hijo de Quillian Blackwood, la ayude. La ayude porque está harta de estar sola, está harta de ser la última omega de lobo gigante que queda.