Esclavo del Deseo Capítulo #1

EDD o Esclavo del Deseo es la primera parte de una bilogía de novelas Omegaverse con incesto. Empezó siendo publicada en Tapas y en Wattpad, duró casi un año ahí pero eventualmente fue eliminada por ambas plataformas por incumplir las normas de publicación.

Esta historia contiene incesto, situaciones eróticas - sexuales entre personajes con una diferencia de edad de 21 años. También habrá escenas con bestialismo debido a que son cambiantes lobo.

Como no voy a resubirlas a esas plataformas colocaré algunos capítulos gratuitos aquí en mi blog :) es la nueva versión actualizada. Si quieres adquirir la novela es en esta página. Está disponible en versión digital/ PDF como en papel.


CAPÍTULO 01

Han subido la montaña sin detenerse ni cuando los músculos amenazaban con desmoronarse; piedra resbaladiza, un suelo que se hunde, es dar un paso equivocado y abrazar el golpe, tal vez la muerte.

—¡No mires! ¡Salta!

El grito eriza su nuca y Yuma alza la vista. El joven jaguar se ve cohibido y tembloroso con los pies al borde de la cascada.

—¡No puedo! ¡No puedo, lo siento! —grita con la voz rasposa.

Todos en la fila permanecen callados, el instructor ruge y el recluta se quita el listón naranja del antebrazo, lo tira y se marcha. El estruendo del agua obliga a Yuma a imaginar el sonido de los pasos vencidos que se pierden en la selva.

—¡Siguiente! —ordena el instructor y Yuma sale de la fila.

Se separa del resto, sube a la boca de la cascada con el semblante estoico. A diferencia de los más jóvenes, él ya no es un chico inexperto al que se le permita mostrar debilidad. Debería ser ejemplo para esos cachorros. Sacude la cabeza y sigue subiendo. Sabe que no lo es. El agua tiene su propio sonido y es avasallador, las gotas le pegan en el rostro y arden en la piel como las chispas de una fogata en la negrura de la noche.

—¡No te detengas! ¡Solo salta!

Yuma se acerca al precipicio hasta que las puntas de sus dedos desnudos quedan en el aire. Una piedrita se desprende de la orilla y se pierde de vista en el mismo instante en el que cae. El agua la devora; él sabe lo que se siente, es la segunda vez que se encuentra ahí arriba. No por eso resulta más fácil. No por eso deja de mirar.

Cruza los brazos en una X a la altura del pecho, se aferra a sus hombros, se da la vuelta y se coloca de espaldas al vacío. La cascada y el rio de su antiguo hogar cantan la misma canción, eso es lo que lo ha paralizado en las ocasiones anteriores segundos antes de arrojarse.

Las dos primeras veces en que intentó las pruebas de su nueva manada para unirse a las fuerzas especiales que protegen la frontera, no pudo saltar.

Mira al cielo.

Han pasado diez años desde su ritual de paso a la mayoría de edad. La sensación de ser insuficiente permanece intacta, el peligro de fallar se atora en sus costillas. La diferencia es que ahora no habrá nadie que evite que la fuerza de la corriente lo arrastre.

¿Si aquél día no hubiera saltado la relación con su padre sería distinta? Si no hubiera sido tan temerario y arrogante…

No. En aquel momento ya estaba roto. Era un omega, uno defectuoso; y, con o sin salto, estaba condenado a echarlo todo a perder. No pertenecía a su vieja manada, no tenía un lugar dentro de ella y el único vínculo que lo ataba a la tierra, estaba deshecho.

Ya no importa, no vive ahí. Lo dejó atrás.

Ahora está aquí, de espaldas a lo nuevo. Si no lo aceptan, volverá a intentarlo. Lo hará las veces que haga falta para demostrar que pertenece a la manada Balam, que puede ser útil en su nuevo hogar.

—¡Yuma-há! —grita Bej, el instructor.

Levanta los talones, muellea, flexiona las rodillas, cierra los ojos y el peso muerto con el que carga desde que tiene memoria viaja desde el fondo de su vientre hasta la boca del estómago.

Salta.

El viento atruena en sus oídos mientras cae. Mantiene los ojos abiertos, el cielo es inmenso y está tan lejos. Todo lo bello está siempre tan lejos.

Toma una gran bocanada de aire, cierra los ojos, se sumerge con un estruendo que lo deja sordo. El agua lo abraza con la misma fuerza con la que golpea.

Ahora todo se ve transparente, la luz crea ondas en la superficie. Algo tan puro no debería tocarlo. Cuando está rodeado de esa claridad sobrecogedora, Yuma se ve desnudo y expuesto, con todos sus pecados flotando alrededor para ser juzgados. 

Sale titiritando, con los músculos agarrotados.

—No te pedí un salto mortal —dice Bej al arrojarle la toalla.

—Tampoco lo prohibiste —contesta castañeando los dientes. 

El instructor niega sin perder la sonrisa.

—Esperemos que esta vez sea la buena—dice y le pega en el hombro, Yuma también lo desea—. ¡Siguiente!

El joven jaguar que tiene enfrente da un paso en dirección al pico, su cuerpo tiembla como si fuera él quien hubiera salido de aguas heladas: «Mira el miedo o este te devorará» decía su padre, pero Yuma no lo repite. Sus palabras carecen de sentido para alguien que no quiere oírlas.

Olisquea el aire, sus patas se hunden en el lodo y la oscuridad no es su aliada. La prueba ha durado catorce horas. Todos se mantienen en pie por pura fuerza de voluntad. Yuma no puede ver bien, pero oye el lodo cuando se hunde: los Balam son cambiantes de poderosas zancadas y su andar se deja sentir. Él solo se fía del aroma y el sonido, la. La espesura del territorio con esos árboles espesos que impiden que la luz de una de las lunas los guíe, lo tiene con los sentidos sobreestimulados.

Debe llegar a una de las fronteras de los Balam, tomar una de las dos banderas y volver sin ser capturados por el equipo de supervisión.

El líder del grupo, un joven al que la voz le tiembla cuando intenta dar la ruta que seguirían para evadir a los supervisores, tiene un olor amargo que ayuda a Yuma a orientarse en el camino.

Los cambiantes jaguares confían en sus ojos para vencer la negrura de la noche, desprecian los métodos de Yuma por no ser los mismos; Es consciente de que el equipo en el que le ha tocado lo considera un lastre y una desventaja contra el resto de equipos.

Avanzan por un camino estrecho, el. El líder elige la ruta más rápida pero también la más peligrosa. Les pide a todos cambiar a su forma humana para que sus cuerpos puedan avanzar por el bordillo. Caminan varios metros en un silencio tenso, mirando hacia el vacío oscuro que es el barranco a sus pies.

Una caída libre desde esa altura sería fatal. Las piedritas que se desprenden con sus pasos son lo único que necesita para que todo su cuerpo cosquillee anticipando un desastre. Es un presentimiento; la imagen ni siquiera se acaba de formar frente a sus ojos y Yuma sabe que el líder a su lado, está por tropezar y caer.

Es capaz de oír el cuello del chico partirse con una nitidez como si estuviera ocurriendo en ese momento, así que lo toma del brazo en el instante exacto que el jaguar da el paso en falso. Ambos se deslizan unos metros por el voladero.

Todo el grupo se queda paralizado, el líder emite un chillido que irrita los sensibles oídos de Yuma. Él ignora el dolor de los golpes que se dan contra las rocas y la vegetación. Se transforma en lobo. ContinuanContinúan derrapando hasta que se aferra a unas raíces que sobresalen del lodo y logra sostener al chico con su hocico.

Dejan de caer, el jaguar se transforma por fin y con dificultad se pone en pie. Con torpeza ambos suben de vuelta al borde, magullados y exhaustos. Bej está esperándolos, toma del brazo al joven y revisa sus heridas. Yuma regresa a su forma humana, se sienta en la orilla, jadeando.

—¡Me hiciste caer! —reclama el recluta con las pupilas afiladas—. Un fracasado como tú no tiene derecho a joderme esta prueba. No lo tiene, ¿verdad? —pregunta lastimero al instructor.

Bej cierra los ojos un momento, suspira con una negación.

—Yuma, vete. Los demás, continúen.

El grupo se aleja de Yuma con un ademán de desprecio. Culparlo es más fácil para todos. El único que se queda atrás es Bej. Yuma se traga la acidez que sube por su garganta. También se culpa. La impulsividad a la que se entrega cuando tiene sus presentimientos siempre lo mete en problemas.

—Son diferencias culturales —dice Bej mientras se pasa la mano por la nuca—. Ustedes los lobos solo… eso de trabajar en equipo, de priorizar salvar a otro por encima de la misión es algo que no va con nosotros. ¿Entiendes?

No lo hace, pero asiente. Bej continúa:

—Mira, sé que es complicado adaptarte a cómo hacemos las cosas por aquí, no dudo de tus capacidades. Seguro que en tu manada eras muy bueno. —Yuma ladea el rostro intentando sonreír—. ¿Cómo dices que lo hacían allá?

Yuma no sabe si Bej está siendo amable o condescendiente.

—No tiene sentido hablar de eso, ya no estoy ahí —dice Yuma mientras se pone de pie, hace una pausa y traga el nudo de su garganta—. Mejor continúo aprendiendo. Para el año que viene.

Bej asiente e inhala tan fuerte que sus fosas nasales se expanden y sin mirarlo le da un golpe en el hombro antes de volver con los demás.

Yuma se estira hacia el cielo. La luz apenas pasa a través de la espesura y las lianas. Desde su época como restrictor ama los largos paseos en solitario por los límites de su territorio. Conoce los bosques mejor de lo que se conoce a sí mismo.

Se transforma en lobo y echa a correr.

Espera que andar por la selva de esa forma le ayude, pronto, a reconocerla como propia. A compensar su falta de visión nocturna con un conocimiento corporal y olfativo.

Se interna entre los miles de ruidos de la naturaleza: los mosquitos zumbando en sus orejas, el siseo de los reptiles, crujidos que vienen de todos lados y no van a ninguno. Pisa firme por dónde camina; reconoce la hojarasca podrida mezclada con el lodo; recuerda las raíces que lo podrían hacer caer. Así llega hasta uno de los bordes del territorio del clan: una roca de cabeza lisa marca el final. Yuma trapa y se sienta, de nuevo en su forma humana; los pies le cuelgan así que los retrae hasta que sus rodillas quedan contra su pecho, apoya la frente y reprime el ardor de sus ojos.

La imagen de aquél pobre lobo vuelve como si hubiese sido la noche anterior: ve la sangre manchar la esclerótica de sus ojos dilatados por el pánico. El crujir de sus costillas con otra de las patadas que le propina su abuelo, la risa cruda que acompaña la violencia. Lo peor son los balbuceos en busca de ayuda, la mano que se extiende hacia Yuma y la impotencia de él al no poder tomarla. «No llores, no lo vale,» decía el abuelo. «Es un paria, Yuma. Un paria no merece nada, por eso morirá solo. Como mueren los inútiles». Luego su abuelo giró el cuerpo con la punta del pie, hincó una rodilla, sacó sus garras y rasgó el tatuaje con una sonrisa de placer. La imagen de Lucine y Mabel, sus diosas, descarnadas, se clavaron en lo profundo de su memoria junto al alarido de dolor. El destino de los parias, de los olvidados, aquellos sin hogar. Entonces tenía cinco años recién cumplidos y se juró que jamás se convertiría en uno de ellos.

—La temporada que viene. Lo lograré la temporada que viene—le dice a Mabel, una de las lunas gemelas, aunque no puede verla.

 

Aquí en mi blog encontrarás los primeros 4 capítulos de la nueva versión.

Los siguientes podrás acceder a ellos por el Gaviverso. También tienes escenas extras, eliminadas y fanfics 🥰

Anterior
Anterior

Esclavo del deseo Capítulo #2

Siguiente
Siguiente

Aziraphael & Crowley | Good Omens 1 y 2 Análisis